Esta es una típica noche de recoger libros del piso, esquivar una torre de bloques a medio construir y convencer a Diego de que ese cuento ya lo leímos siete veces. Y mientras trato de entender en qué momento se convirtió el sofá en una jungla de animales de peluche, pienso: así me sentía esa noche en que, entre ternura y caos, dije como quien invoca una revelación: “ya está, me urge un librero”.
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