Y a veces, también nos rediseñamos nosotros mismos.
Yo también dudé cuando la hicimos más pequeña.
Hay decisiones que se toman fácil. Y hay otras que te dejan con la sensación de estar traicionando algo que aún te gusta.
Eso nos pasó con la pizarra de arte.
La primera versión ya estaba consolidada. Había funcionado, se vendía bien, tenía ese aire de “ya está”. Pero lo más importante: había acompañado. Tenía historias encima. Manchas de témpera, juegos de colegio en casa, dibujos escondidos en la parte de atrás. Ya era parte del repertorio afectivo de muchas familias… y del nuestro también.
Por eso, cuando propusimos rediseñarla, dudamos. No porque fuera mala. Al contrario. Era tan buena que dolía soltarla.
Pero empezamos a mirar más allá del taller. A ver cómo se usaba realmente: en salas apretadas, en cuartos compartidos, en rincones donde todo convive y todo estorba si no está bien pensado. Y ahí nos dimos cuenta de algo que no se notaba a primera vista.
.png)
No era que estuviera mal hecha. Era que estaba sobrada.
Había detalles que estaban bien, pero a veces menos es más.
Repisas laterales que nunca se llenaban. Espacios que ocupaban más en la pared de lo que sumaban al juego. Comentarios sueltos que empezaban con “nos encanta” y terminaban con un “pero no sé … es muy ancha para esta pared”. Y no lo decían con queja. Lo decían con pena, como quien quiere quedarse con algo que simplemente no encaja.
Ahí supimos que teníamos que volver a mirar.
Pero no con ojo técnico. Con el tipo de mirada que usamos en Dadácticos: la que ve la escena entera. Esa donde el mueble no es un objeto aislado, sino parte del caos ordenado de una casa con niños. Donde todo convive con todo: el juguete, el mueble, la mochila, el almuerzo a medio terminar y el dibujo de ayer colgado con masking tape.
Entonces nos hicimos la pregunta que más nos sirve cuando ya no sabemos si seguir o cambiar:
¿Esto acompaña de verdad? ¿O solo se ve bonito?
Y ahí empezó el cambio. Decidimos rediseñar.
La nueva versión: más compacta, más funcional, más real
Le dimos más espacio útil abajo. Incluimos porta-lapiceros móviles que, sin parecer gran cosa, hacen más fácil todo. Reducimos los taladros necesarios para instalarla. Y sobre todo, liberamos visualmente la pared. Porque a veces no se trata de agregar, sino de quitar lo que estorba.
Más juego, menos obstáculos. Más posibilidades, menos peso.
Era, objetivamente, más funcional. Pero también… era más chica. Y eso, en el mundo de los muebles, activa un prejuicio silencioso que conocemos bien: “¿me están quitando algo?”.
Existe un mito que se repite como verdad absoluta: “Más grande el mueble, más útil es”.
Como si el tamaño confirmara el valor de algo, lo compacto no pudiera ser también generoso.
Cuando la relanzamos, lo vimos de cerca. Algunas personas dudaron. Otras nos preguntaban si aún hacíamos la versión anterior. Y sí: la seguimos haciendo bajo pedido, porque entendemos el apego. Pero también mostramos. Grabamos videos. Explicamos sin defendernos. Y poco a poco, la mayoría entendió.
.png)
Vieron que no era menos. Era más… en menos espacio.
Y en ese proceso, aprendimos algo que parece obvio, pero rara vez se dice:
No siempre sabemos lo que estamos buscando hasta que lo vemos funcionar.
Rediseñar no significa corregir un error. Significa afinar, soltar peso y darle forma nueva a lo que ya tenía sentido, pero podía fluir mejor. También entendimos que hay decisiones que no brillan en un post. No son llamativas. No hacen ruido. Pero si están bien hechas, sostienen.
Y esta, sin dudas, fue una de esas.
No la hicimos para impresionar. La hicimos para acompañar mejor.
Nos tocó dejar atrás una versión que funcionaba. Que gustaba. Que ya tenía su lugar.
Pero también nos tocó reconocer que ese lugar, en muchas casas, se estaba quedando chico. O mejor dicho: demasiado lleno.
A veces, lo que antes era perfecto… hoy pesa. Y si algo aprendimos, es que diseñar no es congelar lo que una vez sirvió, sino seguir escuchando cuando ya nadie está preguntando.
Hoy, la nueva pizarra no impresiona por su tamaño. Y eso es lo mejor que tiene. Hay espacio para pintar, para guardar, para equivocarse, para no taladrar la pared de más. Y también espacio para que el juego no se sienta como interrupción, sino como parte natural del lugar.
No siempre se nota. Pero cuando algo cambia para acompañarte mejor… tu casa lo siente. Y tú también.