A veces los miro de reojo: mi hijo y su juguetero, guardando bloques como cuando acomoda piedras en la orilla. No con la precisión de un video Montessori ni el temple de samurái 🧘♂️, pero sí con su propia lógica. A veces lanza un juguete como cual espartano en el Monte Taigeto, y el siguiente, lo guarda con la delicadeza de una joya. Ni idea de cuál es el criterio. Solo sé que él lo tiene.

Como diría mi tía: “ese niño está en otra sintonía”. Y sí. Está en la suya.

Yo no digo nada. Sigo con otras cosas de la casa, otras del trabajo. Lo miro por ratitos de reojo y en silencio, a ver si querrá algo, pero … Así sin hablarme, sin mirarme, sin pedirme ayuda, me regala algo que no sabía que necesitaba: silencio … Ese que te da un respiro, y te deja mirar sin intervenir.

Veo que está más enfocado en hacerlo a su manera que en “hacerlo bien”, y eso me da una calma que no viene de que todo esté bajo control, sino de ver que algo... está funcionando.

¿Qué significa que algo funcione?

¿Que cumpla su objetivo? ¿Que se vea bien? ¿Que no se rompa? ¿O que no me haga pensar en nada más mientras pasa?

Una parte de mí quiere creer que "funcional" es una palabra neutra. Técnica. Que no arrastra juicios ni emociones. Una amiga me dijo una vez, entre loncheras y bostezos: “Yo solo quiero que un mueble me ayude a no gritar”. Y sí. Me representa. Más veces de las que quisiera admitir.

Muchas veces cuando digo "esto funciona", en realidad quiero decir: "esto no me hace sentir culpable". O peor: "esto no me incomoda".

A veces, sin que sea mi intención, le doy expectativas a mi hijo: le transmito algo de mi autoexigencia y mi estrés cotidiano con el solo hecho de respirar en la misma sala … Pero irónicamente, cuando lo veo salirse del libreto y desafiar mis expectativas... es cuando me siento más mamá que nunca.

Algo está funcionando ahí … No solo el mueble: el espacio, el vínculo y su manera de usarlo. No lo estoy controlando, más bien, todo me llama a dejarlo ser.

Ese día, la casa estaba en silencio. Todo está en su sitio, menos yo: el juguetero, la mesa, y todo estaba perfecto, pero yo tenía “truenos en la cabeza”, como dice un libro que le gusta a mi hijo.

Esta vez, la funcionalidad no fue un “no te incomoda”, sino un reflejo. Mi casa dejó de ser sólo el espacio donde se habita, y mi mente formuló una vez más la palabra “hogar” como algo mucho más íntimo: eso que me debe hacer sentir segura, tanto por lo que hay dentro como por quien lo habita.

Díganme que no soy la única que lo ha pensado … por favor.

Mi mamá diría que es cosa de “no estar bien ni mal, sino que tiene su historia”. Y yo, cargada de historias, me veo reflejada en el juguetero. Qué ironía.

Por eso ahora valoro más esos momentos torcidos. Esos en los que mi hijo usa la repisa como escenario de teatro, o convierte los cajones en cunas de peluches. No la usa 'como se debe'. Pero el espacio ya es suyo. Y eso me descoloca... pero también me enternece.

 Ilustración 1. El Recuerdo de Ivancice, por Alphonse Mucha.
También pueden llamarlo: Yo, dejando que el desorden sea funcional para mi hogar

 Quizás es momento de dejar de pensar que lo funcional tiene que ser de una sola forma: neutro, cuadrado, sin gracia … También puede ser colorido, imperfecto, simbólico.  También puede tener un arcoíris tallado y sostener emociones.  

A veces lo funcional no se nota a primera vista, sólo lo notas cuando no tienes que andar repitiendo “¡cuidado con eso!”. Porque tu hijo sabe dónde están sus cosas y puede alcanzarlas sin convertirlo en una maniobra de alto riesgo, cuando algo está pensado a su escala, a su ritmo, a su forma de vivir la casa.

Mi mamá nos enseñaba a guardar los carritos en cajas de zapatos. Siempre dejábamos el patio hecho una pista de obstáculos. Era tan simple como separar los juguetes con ruedas de los que no, porque el patio era perfecto para simular carreras de carritos 🚗🏎️🏁, y preferíamos tenerlos ahí listos. Tan sencillo, pero con un orden que ya quisiera yo. Y es verdad. No lo llamábamos sistema o método. Solo lo hacíamos, y funcionaba.

Hoy entiendo mejor a mi mamá. Ahora veo a mi hijo ordenando a su manera, haciendo de mi casa un verdadero hogar, entre sus juegos y su forma de usar los muebles.

Y no, no creo que todo deba tener un propósito claro. Creo que deben tener permiso de ser parte de la vida real, y dejar que los niños lo usen como quieran. Tampoco deben ser herramientas infalibles de desarrollo, porque al final ellos encuentran su propia forma crecer con lo que tienen en casa.

Es como un ejercicio de afrontar, ¿no? Querías que tu hijo fuera más autónomo. Y ahora que lo es… también te cuesta.

Bienvenida al club.

No creemos que el orden se imponga, pero sí puede invitarse. Con muebles que digan: esto también es tuyo. Con espacios que no estorben, sino acompañen.

Diseñar para la infancia también es preguntarse: ¿esto le sirve?, ¿le emociona?, ¿le da lugar? Y si  la respuesta es sí, aunque la habitación no esté perfecta, aunque las crayolas estén regadas por el suelo, algo dentro de ti también siente que el espacio está funcionando 🧩.

Un hogar también debe tener espacio para la imperfección del día a día, o no sería tu hogar. No es una vitrina a prueba de desorden, es el desorden el que le da cuerda a la historia familiar.

Y si este texto te hizo sentir un poco vista, un poco comprendida, quizás alguno de nuestros muebles pueda acompañarte. No para enseñarle nada a tu hijo. Sino para sostener ese caos bonito que están armando entre los dos.