Sí, lo sé. Justo ahora que todo se resume en diez segundos, que lo visual manda, que las historias se consumen con el pulgar, sin siquiera detenernos a respirar… justo ahora me dio por abrir un blog. No tiene sentido, si lo pienso desde la lógica del algoritmo. Pero hay días en que el cuerpo pide otra cosa.
¿No sienten que el algoritmo de Instagram ha cambiado y ya no lo entienden?
Díganme que no soy la única que le pasa: abres la app y tienes que scrollear como diez veces antes de ver algo que de verdad te importe. Ya ni me muestra fotos de mis amigas, ni de las cuentas que realmente sigo.
En su lugar, encuentro recetas hechas mal adrede, platillos exóticos de Dios sabrá donde, unos señores en la India haciendo acrobacias peligrosísimas, o una prensa hidráulica aplastando fruta mientras suena música épica. Todo eso junto. Una locura.
A veces pienso que podría compartir mis pequeñas reflexiones en forma de reels, pero el algoritmo también se ha apropiado de este contenido hasta hacerlo formato. Uno que me exige cosas que no tengo: grabarme en un yate mientras hablo de vida sencilla, o viajar a Santorini mientras afirmo que lo más importante es “volver a lo esencial”.
Y bueno… en mi caso, lo sencillo no es un elemento más en mi copy. Es literal. No tengo yate. Tengo tareas del colegio, cajas jugueteras y una lavadora que tiembla como si fuera a despegar. Lo esencial me grita en la cara, no me pide volver. Lo esencial se tira al piso para jugar y luego no quiere bañarse.
Y no, no es nostalgia. No extraño los blogs de autoayuda ni los tutoriales con portada fosforescente.

Lo que tengo es una necesidad bien concreta: espacio.
Un día, entre pedidos atrasados, juguetes regados por el piso y mi hijo que me pedía “el mismo cuento por cuarta vez”, me di cuenta de que estaba acumulando palabras sin lugar. Que necesitaba un rincón para contar sin urgencia ni formatos.
Un lugar donde las palabras no tengan que ganarse su lugar a punta de impacto, ni competir con una influencer cambiándose outfits
Es raro ¿no? De pronto se siente como si en redes no hubiese lugar para las mamás, a menos que sean la mamá invencible, la moderna o la super mamá. No hay un verdadero espacio para un poquito de realidad, donde sólo se pueda contar y compartir sin expectativa. Como cuando te sientas en la cocina a hablar con tu comadre y dices: “ya no sé si estoy criando o solo sobreviviendo”.
Instagram, en su momento, fue una buena compañera. Me ayudó a construir una comunidad hermosa, mostrar un poquito del taller, compartir esas pequeñas victorias que nadie ve, pero una celebra igual.
Pero también, con el tiempo, me di cuenta de que lo que más me importaba empezaba a desaparecer entre tanto filtro, tanta música, tanta coreografía emocional.
Lo que quería decir no era tan claro, ni tan lindo, ni tan fácil de compartir. Y sinceramente, ya no quiero competirle al algoritmo. Me ganó.
No tengo energía para perseguirlo. Si me toca subir un reel de más de un minuto, lo quiero subir así: largo, con silencios, sin editar.
Y si eso no llega a nadie… bueno, al menos lo dije como quería. Quiero reivindicar esa libertad, y aquí estamos. Volvemos al blog, como en mis épocas de universidad.
No es que tenga grandes cosas que decir.
Pero a veces pasan cosas mínimas que se quedan rebotando en la cabeza, y me dan ganas de escribirlas.
Como cuando se me va el día porque no encuentro un zapato. O me emociono viendo a mi hijo dormir después de una hora de resistencia pasiva. O cuando una lonchera mal cerrada me arruina la mañana y, sin querer, me activa la ternura. Cosas así.
Y pensé: no quiero que se pierdan.
No por importancia, porque tengan una gran moraleja de vida, sino porque son parte de cómo vivo este proyecto, esta casa, esta maternidad con toda la intención de ser planificada, pero nunca deja de ser medio improvisada.
Este blog es un intento de guardar esas escenas sin apuro.
No es para inspirar ni para educar ni para “hacer comunidad” como se dice ahora. Pero sí para acompañar. Aunque sea desde lejos. Aunque sea en silencio.
Si alguien lo lee mientras toma café recalentado y se siente un poquito menos sola… ya está.
No sé si esto florece, ni cuándo. Pero igual quiero escribirlo. Como quien pone una semilla sabiendo que, por ahora, lo importante era sembrarla.
Este espacio es para eso: para contar lo que no entra en un reel, ni en una frase con letra cursiva.
El backstage de una decisión difícil. El mueble que nació de una conversación con una madre confundida.
Nada épico. Pero real. Y si algo me importa hoy, es poder contar lo real sin necesidad de que parezca un logro. Realmente mi intención es quedarme un ratito más, como los muebles que acompañan.
Tal vez no lo lean miles. No importa. Si tú estás leyendo esto, gracias.
Gracias por estar acá, y por no pedirme que redondee.
Este también puede ser tu lugar.
Con pausas. Con anécdotas que no van a ninguna parte.
Con cosas que no se cierran, pero igual merecen ser contadas.